miércoles, 17 de octubre de 2007

De peón a cazador

Fernando R. González

Una mañana fría del año 1990 me avisa mi padre de que íbamos a ir cazar perdices a un campo en el que abundaban, en la provincia de Entre Ríos, Argentina. Por supuesto que después de no poder dormir toda la noche de la ansiedad y la pasión por este deporte al que siempre acompañé a mi papá y a su fiel compañero (un pointer hermoso y con varias temporadas encima). Llegó esa madrugada tan esperada, juntamos los bártulos, el perro, la escopeta y salimos en camino. Luego de una hora y media de viaje llegamos al campo, saludamos a Óscar y su familia, largamos al perro y comenzó la cacería.

Como era de costumbre desde que me acuerdo, yo siempre, por la temprana edad que tenía (12 años), era el encargado de encontrar las perdices con el perro y de transportarlas, lo cual para mí era todo un orgullo. Pero ese día me llamó mi papá y me dijo con orgullo de iba a tirar mi primer tiro de escopeta a una perdiz (ya había tirado, pero nunca a una perdiz). Luego de darme todas las explicaciones técnicas y de seguridad al respecto empuñé la escopeta Sportman, calibre 14. Seguimos caminando con el perro hasta que entró en muestra; en ese momento el corazón se me salía del lugar. Entre ansiedad y nervios acompañé al perro, y la perdiz levantó a favor del viento y pasando por encima mío, me doy vuelta, le tiro pero el este fue muy malo (como dice mi papá «le erraste olímpicamente») y me dio su aliento y confianza para la próxima que se levantara, porque mi desilusión estaba potenciada. Luego de caminar un ratito y no entender cómo dejé pasar esa oportunidad de demostrarle que estaba en condiciones de pasar «de peón a cazador», el perro entra en una muestra que jamás me voy a olvidar, levanta la perdiz, apunto y cae, el corazón se tranquiliza y miro a mi lado que estaba mi papá con los ojos inundados de lágrimas de orgullo por ver cómo su hijo había abatido su primera perdiz, cómo había heredado toda la pasión que él tenia por cazar. Se acerca, me da un beso y me dice: «desde hoy pasas a ser mi compañero de caza y dejas de ser mi ayudante, soñé con este momento desde que naciste».

Luego de esa cacería me compró mi escopeta calibre 20 y juntos cazamos hasta la fecha, pero el relato que les narré nos marcó a fuego a los dos para siempre.

Estoy a la espera de que llegue el momento de decirle a mi hijo que se ha convertido en cazador como su abuelo y su padre.

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